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jueves, 20 de agosto de 2015

Relato original: El lazo rojo y la gata_Romance



El lazo rojo y la gata
Por: Soledad de los Ríos

Quisiera agregar algo, todos los relatos originales que publico en mi blogger, también se encuentran en la página de TusRelatos.com, por si alguien se les apetece verlos y puntuarlos.
También quisiera agregar que estoy incursionando en varios géneros literarios, el día de hoy he escrito un relato romántico basado en dos leyendas japonesas; "el hilo rojo" y "el gato de la fortuna" .
Sin nada más que decir, espero disfruten de la lectura.

"Relato de amor entre dos jóvenes, vista desde los ojos de una pequeña felina. Basándome en las leyendas japonesa del hilo rojo y el gato de la fortuna; esta historia trata sobre la promesa de dos amantes que juraron reencontrarse, luego de que las vueltas de la vida los separara"

Había una vez una gatita rabón de color marrón, blanco y negro llamada Mía que vivía junto con su dueña, la joven Carla, en una casita de campo en que cultivaban grandes y hermosos duraznos.
Era época de primavera y las copas de los árboles rebosaban en rosa pálido, sus flores darían pronto duraznos grandes y jugosos como les gustaba a Mía.
La pequeña gatita disfrutaba del espectáculo tendida cómodamente en una de las ramas, los pétalos de duraznos caían armoniosamente sobre su lomo. Mía se estiró aburrida sobre las ramas abriendo su hocico a tal punto que uno de los pétalos término pegándose en la punta de su lengua. Bufó molesta, intentando de quitárselo, y tras muchos intentos, el pequeño pétalo rosa acabo atascado en uno de sus bigotes.
–Mía, ven a comer –le llamó su dueña, a lo que la gata maulló contenta, bajando como un rayo de entre las ramas y entrando como una hoja delicada por la ventana.                     
La pequeña bola de pelos se dirigió gustosa a su rebosante plato, comiendo con apetito hasta que sus redondos ojos jade notaron una peculiaridad en una de las manos de su dueña y amiga.
–¿Recuerdas este lazo rojo? –se lo mostró, llamando la atención de Mía, en tanto se saboreaba los restos de comida de su hocico–. Este lazo era más largo ¿Ves?                
La gata olfateó el extremo cortado de tan extraño lazo, recibiendo una caricia de su dueña.
–Era mi lazo de pelo, lo corté para regalarle la otra mitad a un amigo de la infancia. Aún recuerdo la promesa, de mantener cada lazo atado a una muñeca; después de tanto tiempo lo encontré mientras limpiaba mi habitación.
Llegó el atardecer y los últimos rayos acariciaban las copas de los árboles, en uno de los cuáles, Mía había vuelto a dormitar amurrada en su rama favorita, y siendo cubierta por los pétalos de durazno.
Cayó la noche, y el cielo comenzaba a oscurecer como una brisa tibia chocaba con el pelaje de la gata, y comenzaban a caer pequeñas gotas, y una de éstas muy helada, aterrizó en su nariz. Mía ronroneó molesta, y en medio de la oscuridad, buscó la pequeña ventana que Carla siempre le dejaba abierta. Dispuesta a regresar al cobijo de su hogar, la gata saltó de rama en rama hasta que una luz proveniente de uno de los senderos llamó su atención.                                                                                                           
Como todo felino, ella no pudo evitar la curiosidad y trotó para ver de qué se trataba. Resguardándose de la lluvia bajo un árbol, Mía pudo de qué se trataba de un joven, no mayor que su dueña, con su bicicleta y una linterna; claramente para la felina, aquel muchacho estaba perdido.
Entonces los ojos de Mía se abrieron como platos, pudo vislumbrar un lazo rojo, un tanto maltratado, atado a la muñeca del chico. 
Ella maulló con fuerza y movió una de sus patas para llamar la atención del viajero.                                                                                   
Éste estaba intrigado, ya que juraría que la gata le llamaba con su pata, y al verla seca bajo del árbol, se apresuró a resguardarse junto a ella de la llovizna primaveral.
–Hola bonita ¿También estás pérdida? –Mía se subió a una roca para estar a la altura del lazo del joven– ¿Te gusta? Es la mitad de un lazo que me obsequió una amiga, lo tengo como amuleto desde entonces.
Mía dió un gran maullido, y de un mordisco le arrebató el lazo para después correr por el sendero, volteando siempre para asegurarse que el joven viajero le siguiera los pasos con una gran preocupación en el rostro.
Luego de varias piruetas, la gata consiguió entrar a la casa por su ventanilla, seguida por el muchacho casi sin aliento y que golpeaba la puerta con desesperación. 
El joven viajero fue  recibido por una somnolienta Carla, y antes que él le reclamara el lazo de vuelta, se quedó helado al ver que la dueña de casa tenía un lazo rojo idéntico al suyo atado a la muñeca.
Ambos jóvenes se intercambiaron miradas en silencio, en ese momento, Mía subía por el hombro del muchacho para devolverle su lazo rojo.  
–¿Juan? –la pequeña gata le dió unas palmaditas en las mejilla para despabilarlo. 
–¡¡Te encontré!! –gritó de felicidad el viajero, abrazando a Carla, en tanto Mía maullaba alegremente.
Seis primaveras transcurrieron desde esa noche, y bajo uno de los árboles de durazno recién florecidos, había una pequeña niña de cuatro años disfrutando de la lluvia armoniosa de pétalos y cuyo cabello estaba amarrado curiosamente con un lazo rojo que tenía un lado más gastado que el otro. Y en su regazo, descansaba plácidamente Mía, que disfrutaba de las caricias de su nueva dueña.

Fin.


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